martes, 15 de enero de 2013

El rol de la muerte (IV)

Me encontraba en la linde de un frondoso bosque, mirando a la espesura. Tan sólo veía un par de líneas de troncos de pino y oscuridad... una terrible oscuridad, al girarme, me encontré frente a un puente colgante sobre un gran precipicio, cuerdas gastadas, tablones putrefactos, o rotos, eran los componentes del camino hacia adelante. Pese al vértigo que sentía avancé agilmente por él, de tablón en tablón, hasta que, a mitad del puente, un espacio hueco de tres o cuatro tablones rotos me impedía avanzar normalmente, sin embargo, saltar me infundía autentico pavor. Fue entonces cuándo me detuve por vez primera y miré abajo... el fondo del precipicio era un río de aguas bravas de un extraño color rojizo, diríase que parecía un  río de sangre... armándome de valor salté el trecho que separaba el continuar con mi camino, y vaya si lo salté, pero el siguiente tablón cedió bajo mi peso. Conseguí quedarme colgada de una cuerda del puente, pero, inexplicablemente, mi brazo fue seccionado limpiamente a la altura del hombro, y comenzó a sangrar bestialmente mientras mi cuerpo caía sin parar hacia ese río rojo como la sangre. Cuándo estaba cerca del agua roja perdí el conocimiento por el desangramiento, y fue en ese preciso instante cuándo desperté, de nuevo en esa horrible y oscura sala de nadie.
Al despertar, caminé durante un buen rato sin rumbo por la siniestra oscuridad, no topé con nada, y por ello, volvíme a sentar, tras un buen rato caí de nuevo dormida...
Me encontraba en la misma sala oscura, pero, bajo mis pies, sentía un ligero chapoteo, un fluido, desconocido para mí, se encontraba bajo ellos, pero poco a poco subí el nivel de dicho fluido, hasta que en lugar de andar, me vi obligada a comenzar a nadar para no ahogarme. Nadaba en completa oscuridad, y esto fue así por horas, tal fue el tiempo que pasé de este modo que acabé pensando en dejarlo todo y dejarme morir, antes de poder llevarlo a cabo se iluminó tenuemente la sala, todo rojo, todo sangre, desistí, de dejé caer, me dejé ahogar, pero no pude, contra mi voluntad, ascendió bajo mí una pequeña barquita diseñada con miembros seccionados, piernas y brazos entrelazados. Mi furia por no haber logrado mi propósito de suicidarme era bestial, de hecho, era tal que sin siquiera haberme dado cuenta de qué hacía había llevado la hoja de un agudo puñal, que se encontraba en mi mano, a la parte central de mi garganta por un lateral, justo detrás de la tráquea, y dónde la aorta habita, así, con un súbito movimiento hendí mi pescuezo, atravesándolo de punta a punta, y de un brusco tirón sesgué por entero mi tráquea. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario