martes, 18 de diciembre de 2012

La noche etérea.

El corazón del bosque en la noche es más oscuro que el alma de Belcebú, árboles a un lado, árboles al otro, todo troncos a tu alrededor, miras al cielo, deseoso de encontrar calidez en Andrómeda, en la estrella polar o la osa mayor, pero sólo ves oscuridad, sabes que en realidad esa oscuridad es un enmarañado tejido de hojas y ramas, pero como es lógico no piensas en ello, vas caminando, pero cada pocos pasos tropiezas, a veces caes, a veces no, troncos, raíces y rocas entorpecen tu paso, al oír el aullido de un lobo en la lejana espesura, tus nervios crispan, temes por tu vida, enloqueces por ellos, te sientes desprotegido, temes por tu vida e incluso te encomiendas a Dios, y se acusa un sentimiento de soledad, a la orilla del paso a la muerte, a la sombra del can Cerbero, anhelas la alcoba en que habitas, anhelas soñar en un lecho de ortiga.
De pronto sientes un golpe en la sien, te desmayas, sólo ves negrura cuándo duermes y al despertarte te sientes extrañamente vacío, no sientes tus brazos, no entiendes por qué. A duras penas te pones en pié y caminas con pies de plomo, tembloroso y temeroso de cuantos crujidos de ramas hay bajo tus pies, pero no oyes nada más, nada más sientes, al fondo vislumbras una muy tenue luz y como es lógico caminas hacia ella con lágrimas en los ojos.
Tus pensamientos están sumamente turbados, y llegas al claro del bosque que habías vislumbrado, te deshaces de aquella etérea oscuridad para ver la sangre que chorrea a borbotones de los muñones a la altura de los hombros dónde límpiamente se habían seccionado tus brazos, varias preguntas surcaban tus pensamientos, ¿qué?, ¿cómo?, ¿por qué?... Pero la que sangraba a fuego tu mente era, ¿y el dolor?
Y la había encontrado, había logrado volver a la luz, pero poco había durado, caes de bruces subre un charco de sangre vertido por ti mismo para volver a entrar en la oscuridad eterna, que inexcrutablemente se extendía por la mente moribunda, que recorría todas las partículas de su ser, no oía, no veía, olía ni sentía, nada, ya no pensaba, ya era un ser inerte y su espíritu voló libre hacia las sombras, que aún más oscuras que el bosque del que no escapó pueden llegar a ser.

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