martes, 25 de septiembre de 2012

El rol de la muerte [II]

Mi paso era extrañamente seguro y regular, aunque en mi corazón el miedo era patente, cada vez todo más oscuro, cada vez más siniestro.
No sé si fueron diez o diez mil metros más los que avancé, cuándo el silencio se deshizo de golpe, lo más peculiar de la forma súbita en que comenzó el primer ruido es que me hizo dar un salto atrás, tras lo cuál dejó de oírse, pero al volver a avanzar el paso deshecho volvió a oírse, una mezcla entre un canto gutural que no sé decir si bello o terrorífico, gritos y llantos chirriantes a los que se le sumaba el relajante sonido de oleaje del mar en calma, sin embargo, al volumen en que se encontraban... me hizo llevar las manos a los oídos y gritar "¡silencio!" pero no cesó...
A cada paso que daba me convencía más a mí misma que me volvería loca, sin embargo, ahora veía al fondo una luz, al verla empecé a sollozar silenciosamente y corrí al encuentro de la sala iluminada, cuándo llegué, caí de rodillas en la estancia con los ojos cerrados y alivio en el corazón... hasta que los abrí, ya que un nombre verdaderamente acertado para esta sala sería el de "ríos de sangre".
¡Sangre! Sangre en el suelo, en las paredes... ¡llovía sangre! una cascada de sangre, un lago de sangre y, cruzándolo todo un solo camino, un puente, tejido a base de cadáveres humanos, estaban boca abajo, por lo que sólo se les podía ver la nuca, cosa que más tarde agradecí... estaba tan asustada que en medio de mi llanto me dispuse a cruzar la estancia más decidida que nunca.
Eran verdaderos cadáveres , blanditos al pisarlos, aunque, apenas veía por mis lágrimas logré llegar al otro lado sin ninguna nueva y desagradable sorpresa, al otro lado sólo había una gran puerta doble de roble macizo, con el picaporte y otros detalles de oro. Con más pena que gloria me dispuse a abrirla...
Tras ellas una suntuosa habitación rústica, cálidamente iluminada por el crepitar de un gran fuego en el hogar, las paredes estaban bellamente decoradas con filigranas de oro sobre un fondo de color negro, en el centro de la habitación una gran mesa de roble con ocho sillas a juego, tres grandes candelabros con doce velas cada uno como adorno, las paredes decoradas por vitrinas con trofeos y vajillas, además de estanterías repletas de antiguos volúmenes, sobre mi cabeza, en el techo, una enorme telaraña de cristal, oro y plata. Por último, ante el fuego, dos enormes butacas de cuero, de las cuáles, una de ellas, se encontraba ocupada.
Dicha butaca, tas mi entrada en la habitación comenzó a girarse lentamente... Allí había una chica morena... y era... y era... ¡Era yo! O, bueno, una chica exacta a  mí, como una hermana gemela. Pero era una yo muy extraña, estaba rígida como una  piedra, no se movía ni para bombear oxígeno, los ojos los tenía clavados en mí, como dardos envenenados, y su piel, siendo la mía oscura, muy oscura, era blanca... como la cera... de hecho, pensé que era una muñeca de cera... hasta que empezó a hablar.

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